A falta de que en la Junta inminente se confirme el nuevo rumbo auspiciado por Pachuca, es evidente que la nueva propiedad ha ido modelando una configuración en la que el pasado reciente tiene poco peso, o al menos con la relevancia de la que disfrutaban aquellos que han desaparecido del organigrama.
La caída de Jorge Menéndez Vallina supone dejar atrás parte del clima enrarecido, puesto de manifiesto en decisiones oscuras y sin una autoría que firmase situaciones casi dignas del bochorno público. Porque si algo le ha faltado al Oviedo es claridad, información y comunicación hacia unos aficionados que deciden renovar su abono por mera pasión por los colores. La realidad es que la entidad azul disfruta del escudo y protección que ofrece La Liga, en un sistema que aleja a los medios del día a día de los equipos, de las entrevistas abiertas, de solicitudes sencillas, y que justifica que el que se pone la camiseta y acuda al estadio el domingo navegue en la desinformación, rescatando bulos, y creyendo algún mensaje malintencionado en 280 caracteres.
Unos meses ha tardado Pachuca en darse cuenta de la delgadez de la estructura del club, donde unos pocos “hacen de todo”. Y eso podía funcionar en la época de la resurrección, cuando no había agua caliente, cuando cualquier recibo debía ser atendido con lupa. Un equipo integrado en el fútbol profesional, con una masa social sólida y fiel, no puede encontrar abrigo en un voluntariado encarnado en personas con otras responsabilidades profesionales, y que prestan tiempo para gestiones de índole deportiva, administrativa o directiva.
En paralelo al rendimiento deportivo, cuyo camino está en proceso de enderezarse tras un serio tropiezo inicial, va la construcción de un ideario de gestión y de actuación, en el que las funciones queden delimitadas, que cada uno asuma el papel que le corresponde y que no existan las dobles o triples llamadas para una única actuación. Eficiencia y claridad. Por ahí se debe empezar.