La noticia de la renovación de Borja Sánchez sobrevino, después de una espera de café y puro de consideración, en un momento en el que el oviedismo cambiaba de gestores. Mientras el común de los aficionados azules aguardaban el anuncio del siguiente fichaje de Tito o el mismo retorno de Borja, desde Mexico la bomba hacía explotar todos los dispositivos posibles. Carso cedía acciones al Grupo Pachuca en cantidad suficiente como para convertirse en los señores de las llaves. Y entre medias, a modo de mensaje épico, Arturo Elías lanzaba al aire en la videconferencia común que el asunto con el mediapunta ovetense estaba hecho.
En la vorágine de anuncios cruzados, presentaciones, caras nuevas, exposiciones varias, el aficionado azul no pudo degustar en conveniencia el hecho de que uno de sus mejores jugadores, el más talentoso sin duda, recuperaba la zamarra local. Eso para los escépticos, los que se abonaban al fracaso y pérdida, y también para los que acogían la esperanza en una cajita en la mesita de noche. Seguramente todos los que siguen a este club habrán pasado por este proceso en las semanas largas sin nada que pusiese claridad. Con el conocimiento de la oferta del Girona parecía asumirse la partida del 10 a Primera, y contra todo pronóstico, o el mayor asumido, Borja Sánchez renovaba a la baja para “pelear por el playoff” en un equipo del que “nunca me quise ir”.
Porque Borja es un jugador distinto. No es una estrella de focos, es un rey del éxito silencioso. Las bicicletas y las filigranas no son recursos de foto, sino que van en el ADN. Son recursos del fútbol puro, ese que le llevó a soñar una vez estando en Valdebebas con jugar en un Bernabéu lleno y que no pudo ser. Los optimistas recordaban que efectivamente ya se había ido una vez, pasando por un túnel hacia la élite que no encontró salida. Y volvió para empezar de nuevo. No fue sencillo. Los jugadores de ganchillo fino con el balón deben juntarse con entrenadores valientes de apuesta, aquellos que prefieren sacrificar algo de tiempo (quizá con efecto pernicioso de boomerang) con tal de que el joven talento aflore. Hay ciertos equipos en los que puede resultar más complicado. El Oviedo, y su afición, tienen ganas de pisar la Primera, de rememorar los gloriosos choques de antaño en los grandes campos. Y en ese aspecto dotar de protagonismo a un mozo puede ser un riesgo. Afortunadamente ha ido recogiendo minutos, confianza, y eso le ha servido para completar una temporada digna de repercusión más arriba.
Aquí llega la duda. Es lógico que un jugador aspire a jugar en la máxima categoría posible y en los mejores espejos posibles. Pero la realidad a veces es tozuda y demuestra que el amor a unos colores existe en este fútbol moderno de redes sociales, VAR infinito y multiplataforma. No habrá sido tampoco decisión fácil el aceptar ser la imagen del equipo, partiendo de ese principio que he mencionado de no buscar el foco. He sido testigo en un terreno de juego de cómo una figura mundial se quedaba lastimándose en seis oportunidades distintas en un mismo partido con pose perfecta de foto por una ocasión perdida mientras contraataques arreciaban, y sus compañeros sudaban fuerte en defensa. Eso es jugar para la multiplataforma. Uno se sorprendería mucho que de repente suceda en este caso. Cierto también, que todo el revuelo, las ofertas, y el mejoradísimo nuevo contrato le obligan a dar dos pasos al frente, a reivindicarse. Pero ser una estrella de corazón azul no es lo mismo que el de una estrella con corazón de pose eterna. Ha renunciado a mejores condiciones por quedarse donde quiere estar. Digno de elogio.
No está de más recordar estos detalles en estos días en los que la conexión entre el Oviedo y Mexico ha alcanzado numerosos impactos y una imagen recrecida a ambos lados.