Empate en un partido de camisa de fuerza

Partido vibrante que a buen seguro habrán podido disfrutar los aficionados ajenos a lo que sucedía en el terreno de juego. En liza un aspirante a disputar el playoff y un gigante en horas muy bajas.

La atmósfera parecía propicia para el Oviedo. Jugando atechado en casa, con una dinámica electrizante desde finales de enero, y ante un rival que no se jugaba nada más que el prestigio, todo indicaba que la victoria había conseguido el mayor número de papeletas. El choque arrancó como si de los minutos finales se tratase. La indicación era clara. Había que tumbar la resistencia maña en los primeros quince minutos, que es el minutaje que suele determinar el devenir de los encuentros del Zaragoza. Bordeando ese intervalo el árbitro señaló penalti, de manera tardía y previo aviso del VAR eso sí. Una mano dentro del área tras un tímido e inerte cabezazo de Calvo en el segundo palo a la salida de un córner fue vista por muy pocos en el campo. En la sala VOR sí. Penalti ejecutado con suficiencia por Bastón. Tocaba bajar revoluciones y controlar el partido. En lugar de eso el partido entró por la puerta grande del manicomio.

El Zaragoza había dado a entender que a Oviedo iba a jugar al fútbol y a mostrarse ante aquellos que dejaron de creer en el equipo. Mantuvo afilada la navaja en todo momento. JIM dispuso una línea defensiva muy abierta, con Francés y Jair bastante pegados a las bandas, dejando carril abierto para Chavarría, uno de los destacados de la contienda, y Fran Gámez, que no tuvo su noche teniendo enfrente a Borja Sánchez. Se produjo bien pronto uno de los detalles que marcaron el partido por completo. Cornud, que se estaba asociando a la perfección con Borja Sánchez, y haciendo gala de fútbol profundo, tuvo que ser sustituido por lesión. Mossa es ahora mismo el perfil opuesto. Como elemento circunstancial o con incidencia si acudimos a los sesudos informes, la baja del lateral francés devino en desastre para la defensa. En prácticamente 15 minutos el Zaragoza hizo tres goles, con graves desajustes de por medio, y con el denominador común de provenir de saques de esquina en origen. Caraja monumental, inusual en tiempos de Ziganda en general, y más en esta temporada en concreto. En la fortaleza difícilmente alcanzable se abrió un boquete muy complicado de explicar. Entre medias Obeng, que había errado previamente un mano a mano con Cristian Álvarez, se rehizo con un cabezazo a la red. Los críos presentes en la sala rara vez habrán podido ver in situ tanta cantidad de goles en el Tartiere, y menos antes de cumplirse la media hora de juego. 

La tensión se palpaba en los locales, que empujaban pero que se topaban con la falta de oxígeno en altura. Por momentos el Zaragoza se enseñaba, seguro de que los futbolistas valen mucho más que el precio que marca su cajón. El eterno Zapater no se arrugó ante la presión ejercida por los azules, que sumaban en su zona a Brugman, Luismi y Sangalli centrando su posición desde el interior. Enseñanza del partido frente al Málaga. A veces la acumulación de hombres por el centro te saca de apuros. Hoy no fue así.

La fiesta inicial se quedó sin bebidas y el súper no abría sus puertas. El aficionado quería festejar, pero la realidad le invitaba a hacer cola. Nadie allí daba por seguro absolutamente nada. Se oían comentarios de todo tipo, el palo al que agarrarse flotaba o se hundía por momentos.

El descanso proporcionó aparte del refrigerio y el bocata de lomo con queso por fin permitido, la oportunidad de acudir, cobertura mediante, a las clasificaciones virtuales. Se habrán echado más cuentas al descanso que en la oficina ministerial. 

El inicio de la segunda mitad seccionó de golpe las mates para dar paso a 45 minutos taquicárdicos. Brugman, que atravesada la primera línea de presión maña se soltaba en ataque, encontró el espacio preciso para encañonar a Álvarez desde fuera del área. “Sí se puede” se gritaba. A fe que se quería, pero no se podía. El Zaragoza seguía completando quizá su mejor partido del curso, y se lanzaba sin miedo. Azón, valeroso y generoso en el esfuerzo, estrelló un balón en la madera. Enfrente Obeng también lo intentó. Era un intercambio de golpes. Podía haber KO o empate a puntos. Imprevisible. 

Tras el asueto intermedio Sangalli, activo, había dejado su lugar a Viti, con lo que Ziganda apostaba a atacar a Chavarría. El extremo lavianés inyectó energía, recorriendo kilómetros y cortando el campo hacia dentro para romper la defensa. Y el Oviedo tuvo su chance clara. Un nuevo penalti sobre el que el trencilla no tuvo duda fue de nuevo ejecutado por Bastón, que en esta ocasión no acertó. A partír de este momento el asunto hizo clac. La máquina echó humo y ni Montiel ni Matheus consiguieron repararla. Los carbayones no supieron reponerse de esa oportunidad perdida. El balón se hizo pastoso y dejó de ser un amigo. Femenías, que ya había intervenido en dos veces con prestancia, salvó in extremis el punto en una internada veloz de los visitantes cuando el partido iba a morir. 

Es un punto que sirve para la cuenta general, pero que se tiene que hacer bueno con un empate o victoria en Las Palmas para seguir dependiendo del propio resultado. La gran final de la temporada llega el sábado en Canarias. 

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