No ha sido el mejor partido para Ziganda ni mucho menos. Si por algo se ha caracterizado el Oviedo del técnico navarro es por mostrar fortaleza, resiliencia y capacidad de remar con el viento en contra. Además en este curso, y gracias sobre todo a la inclusión de Costas y Calvo, el equipo mostraba una entereza defensiva digna de puesto de playoff.
Nada de eso se vio en el partido contra el Burgos. Desde el principio las piernas de los futbolistas pesaban, y no se mostraba atisbo alguno de frescura física y mental. El Oviedo no entró en el choque en ningún momento, si acaso en chispazos inconclusos. Las cuatro oportunidades de reenganche, al margen de la que concedió el esta vez bendito VAR, no acudieron al rescate. Tres balones a los postes y la jugada desafortunada de la temporada, con un disparo de Jimmy que se encaminaba directo a portería y que fue rechazado por el cuerpo de Jirka.
Cuando la principal virtud falla, el castillo de naipes está condenado a caerse. El jueves noche la defensa, no sólo referida a la parcela central, hizo aguas, y el boquete se extendió al resto del campo. Tres goles para un equipo que sólo había logrado siete es definición perfecta del partido. Ojo, que si metemos en la ecuación el “y si” podríamos estar hablando de una victoria cómoda. Pero no, en el fútbol no funciona el apriorismo ni el recurso a la estadística. Vale para la analítica, el planteamiento, la gestión semanal, pero si los datos no se ven acompañados de puntos en el casillero la realidad es un demandante consumidor.
Sin apenas descanso toca reflotar el barco, levantar psicológicamente a los tocados, y mirar en perspectiva. El partido en Ponferrada será clave para muchas cosas, entre ellas el futuro de Ziganda, que ha salido trastabillado en la percepción del aficionado. La primera impresión concede el aval, y el crédito lo dan las victorias. Como no llegan, toca vencer para recuperarlo.