Bolo y Los Tres Días del Cóndor

Hace un puñado de años el cine nos dio un personaje llamado Joseph Turner, un agente de la CIA que descubre con horror cómo sus compañeros de oficina han sido asesinados y tiene que pelear por su vida intentando descubrir el origen de la macabra realidad. Es un pequeño esbozo del argumento de la magnífica “Los Tres Días del Cóndor” de Sydney Pollack, quizá uno de sus mejores filmes, aprovechando además a un Robert Redford soberbio. 

Ni la cinta en cuestión es el Real Oviedo, ni Pollack es Pachuca, ni tampoco Bolo es Redford. Se plantea una lejana licencia literaria para desvelar parte del presente del Oviedo. Desde la comodidad de un viento a favor y un clima de optimismo, bañado con el ímpetu que la nueva propiedad ha querido darle a la gestión, el entrenador del conjunto azul difícilmente hubiese podido adivinar un final de séptima jornada con una pitada digna de los momentos más oscuros. 

En pretemporada el ceño se frunció. Los primeros agentes de la oficina de Turner fueron cayendo, aunque no se le dio demasiada importancia. Existía un plan de juego sobre el papel, un discurso de confianza y un bloque saneado mentalmente tras una excelente temporada. Se consiguió retener a la columna vertebral y eso era suficiente argumento como para elevar la mirada. 

Pero las sensaciones no cambiaron con los primeros partidos. Errores impropios de un equipo sólido y desdibujada idea de juego, que apenas se vislumbró en 45 minutos muy meritorios ante el Levante. Más allá de aquello, cambios de planteamiento, recolocación de jugadores y nula conexión con la grada. El juego no da para más. Y los compañeros de Turner siguieron cayendo. El agente no acierta a saber de dónde procede la sanguinaria acción.

Bolo se escuda en el trabajo y las horas esquivadas al sueño en busca de soluciones que no se ven. Al mister le pesan mucho unas tempranas declaraciones en las que aseguraba que el aficionado se iba a divertir, que se vería buen juego y a un equipo valiente. Nada de eso ha aparecido, las críticas han solidificado y el disparo de vuelta a ciegas ha dado en los medios de comunicación. Es un clic recurrente en un entrenador herido que se sacuda presión lanzando puyas a los que escriben y hablan. 

A pesar del mensaje de sonrisas de trabajo mañanero, hay decisiones con complicada comprensión para el que observa situaciones. Lucas Ahijado ha sido hasta ahora de los jugadores más regulares y sólidos del equipo. No puede ser considerado un lateral top, pero es cumplidor, no se doblega, sugiere firmeza en defensa incluso después de ser superado en primera instancia, y quiere ser de ayuda cuando la banda pide amplitud. No es una estrella pero es cumplidor. 

Es evidente que la cesión de Miguelón invita a darle minutos a un jugador venido de Primera, pero seguramente hay que respetar estados de forma. Esto último define de igual modo la elección en la línea de centrales. Con Costas lesionado sin apenas iniciar pretemporada, Tarín emergió como protagonista en eficacia acompañando a Calvo. Luengo se quedó a expensas de una oportunidad que pudo llegar el pasado domingo. No obstante el seleccionado fue Costas, uno de los mejores el pasado curso pero falto de ritmo y de tiempo en el verde. El central gallego no estuvo fino y las preguntas que surgieron en la grada apuntaron al defensa vasco, con preparación completa y en plena disposición desde el principio. En su presentación se le preguntó a Luengo si se veía como cuarto central. Oier no quiso obviamente aceptar ese axioma. El domingo comprobó con crudeza cómo ese planteamiento se ha hecho evidente. Difícil de gestionar. 

En favor de Bolo se puede decir que quiere poner en el tapete a los a priori mejores, aunque aquí puede que los tiempos hayan ido en su contra. 

Otra cuestión que se está poniendo en evidencia es la falta de pegamento entre la hoja identitaria del entrenador y la del director deportivo. Bolo quiere jugar por banda y buscar a sus dos talentosos delanteros, de lo mejor de la categoría, pero los balones no llegan. Los extremos no existen. Quienes transitan ese área hacen embudo hacia dentro, y los laterales sufren para perfilarse en ataque. Bretones es un hilo de esperanza, un chaval que viene de disputar 2º RFEF con muy buenas maneras. 

Por el centro el asunto parecía resuelto con la pareja Montoro-Koba, que duró poco y que se escapó justo cuando se atisbaba un entendimiento. La medular se ha perdido en casi todos los partidos y no se ha sabido resolver ni la generación de juego, la capacidad de nutrir buenos balones a la zona de arriba, ni sujetar la super población de jugadores que el rival ha ido añadiendo al conocer el sufrimiento de los azules ahí. 

¿Cosas positivas que podemos ver? La excelente temporada de Tomeu Nadal, que algún día fuera de focos y de la condición de profesional podrá explicar su permanente suplencia el curso pasado. De momento le ha concedido una vida extra a Bolo, que con 1-6 en casa no podría haber sostenido su puesto. Al menos desde la lógica. A destacar también los minutos de Javi Mier, al que le dieron la bolsa, un billete de tren y le abrieron la puerta. Cuando ponía el segundo pie en la calle le empujaron hacia dentro. Ha superado todo aquello y se le ve seguro y con ganas de demostrar que es jugador para el Oviedo. 

Joseph Turner no pudo entender su realidad en principio, hasta que le tocó correr por su vida. Bolo tiene tres jornadas en una semana para asentar su idea, demoler pesimismos y entregar algo a lo que agarrarse. Hay que recordar que Ziganda estuvo con pie y medio fuera antes del partido en Ponferrada. Salvó su “match-ball” y lideró desde el banquillo una segunda vuelta de ensueño. Bolo está a tiempo de todo todavía. De momento el Oviedo de hoy es el patadón al aire estando solo en el área de Tarín en el último encuentro. 

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